El último punto de nuestra travesía en la ruta de Salamone, fue llegar a la ciudad de Carhué-Epecuén para visitar el matadero inundado. Matadero que formaba parte del equipamiento de la "otrora próspera villa turística."
El lago de Epecuén a cuyas orillas se fundó la ciudad, famosa por sus aguas curativas, fue inundada irremediablemente en el año 1985.
Epecuén -el lago- era un lugar sagrado para los indios originarios, sin embargo la villa conoció los esplendores de la mundanidad y el progreso...
Hoy sólo quedan sus ruinas, incluído el matadero, que fue construído por Salamone e inaugurado el 3 de diciembre de 1938, y como muchas de las obras por la empresa SADOP y encargado por Manuel Fresco, el poderoso gobernador de la provincia "de la década infame"...
Llegamos como decíamos al principio, al final de nuestro viaje...
Un aura acentuada por el día nublado lo envolvía todo...
Hay un "tono anímico" en Epecuén, y ese tono está dominado por la catástrofe y la tragedia...
Recordemos que catástrofe etimologicamente significa "la caída de las estrofas"... todo lenguaje irremediablemente cae, todo es caída... vale la pena recordarlo...
Las ruinas, los árboles petrificados, el suelo salino y gris blancuzco, todo envuelto por el mismo clima irremediable...
Epecuén y el matadero son la expresión de una verdad latente en toda la chata llanura...
El hombre entra en la dimensión "humana y mortal" pues lo omnipotente ya no es el hombre sino aquello "otro" que no podemos descifrar ni controlar...
Llegamos al lugar por la buena suerte de las condiciones climáticas y del suelo, luego de caminar en grupo unos ocho kilometros entre la ida y la vuelta a la ruta...
La experiencia valió la pena...
Agradecemos por la fotos a Diego Rodriguez y Facundo Bence Pieres.
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