El reino perdido de los Nubios, estaba en una antigua región del noreste de África que comprendía parte de Egipto y Sudan, situada entre la primera y cuarta catarata del Nilo, entre el desierto líbico al oeste y el Mar Rojo al Este. En el siglo VI a. J.C., los Nubios formaron el reino de Meroe, que desapareció debido al poderío de Aksum (c. 350 d. J.C.) Un fragmento de un antiguo y extraño poema, nos llega aquí y dice:
Espera,
aguada nubia de velos verdes...
No dejamos que la mirada “del otro” nos llegue. Vivimos en un mundo abstracto donde la mirada está ausente. Encontré la historia del reino perdido de los Nubios, luego de encontrar el fragmento de ese antiguo poema. En ningún caso busqué la historia, ni busqué el poema, simplemente apareció, como la mirada del otro que nos llega.
La abstracción es ausencia de mirada, opacidad de aquel que sólo mira aquello que quiere ver. Querer ver aquello que pensamos es muy parecido a estar ciego. Vemos en función de la utilidad de lo que vemos y por lo tanto dejamos de ver aquello, que la realidad nos manifiesta.
El reino perdido de los Nubios es como “lo otro”, no tiene ninguna utilidad y, por lo tanto no es visto, ni forma parte de nuestra mirada. Me animaría a decir que para nuestra cultura los Nubios no existen.
Es cierto, sabemos poco, o casi nada de ellos, pero el no saber no implica que los Nubios, aún estén extrañamente presentes.
Es decir el conocimiento da visibilidad, pero si no conozco, no veo, aunque la realidad se encargue de hacer a veces señas sutiles, como un extraño murmullo que llega, pero que no se piensa y que no pertenece a la categoría de lo pensable.
No es menor el problema de la mirada, pues si sólo el conocimiento da sustancia a partir de la razón, a aquello que es visto, ello implica que aquello que nos llega sin ningún filtro por lo pronto nos será extraño y en el peor de los casos ni siquiera será visto. El problema es que el verdadero conocimiento es del orden de la sensibilidad. Y la mirada es del mismo orden, nos toca.
Ver supone una gran desorganización, ver supone un despertar de la conciencia hacia lo otro, hacia lo revulsivo, lo irreductible, lo imposible. Ver en ningún caso supone calcular, cálculo que es del orden de la razón.
Y esto está íntimamente relacionado con la creación.
La creación genuina, no la simple repetición de modelos ya conocidos, que son aportados por la historia y la cultura, esta relacionada con el conocimiento, en su estado de rebasamiento.
Yo conozco y por ende creo, en la medida en que genuinamente rebaso en lo desconocido y, no digo avanzo sobre lo desconocido, pues no se trata de un avanzar en el sentido teleológico, sino de un rebasamiento que se da en múltiples y anárquicos destinos.
La mirada de lo otro, no es una mirada atenta a la seguridad, del querer capturar, sino es una mirada recibida, que acontece en la medida que le hacemos lugar.
Lugar del corrimiento del yo.
Corrimiento que nos inclina al olvido.
Si estamos llenos de fórmulas, esquemas, ideas, abstracciones, en definitiva razonamientos, podremos juzgar admirablemente, pero dífícilmente creemos algo nuevo.
Trampas que nos tiende el conocer alejado del sentir, siendo la mirada el sentido del conocimiento.
Es paradójico que en este tiempo, en el que reina la imagen, se haya perdido el sentido de la mirada. Pero la imagen como hoy la entendemos es reflejo, discurso del cálculo y la razón. Es decir la imagen es producto.
Y la mirada recibida lejos esta de ser un producto de nuestro cálculo. Por el contrario, su recepción acontece como trascendencia, como lo irreductible de todo cálculo, es decir incalculable. El último Heidegger ya nos lo decía: "El hombre sólo llegará a saber lo incalculable, o lo que es lo mismo, sólo llegará a preservarlo en su verdad, a través de un cuestionamiento y configuración creadores, basados en la meditación... "
Vivimos en un mundo donde todo es aparentemente visible, donde la vida se ve, en vivo y en directo, por supuesto mediatizada, ya totalmente. Y sin embargo cada vez vemos menos. La cultura, la historia, los medios, filtran cada vez más y, la espera que exige la mirada del otro, es arrasada. Arrasada como lo profetizo Walter Benjamin, quien decía “que el viento de la historia arrasa al Ángel”, en donde lo que hay que recuperar es la mirada del Ángel, pues el Ángel trae sentido, no consuelo.
Y volviendo a los Nubios, que extrañamente nos invitan al olvido y a la espera de su reino perdido, me pregunto:
¿A quién importan, los mundos no florecidos, los seres no vistos, las palabras no escritas, los dioses desvanecidos?...
Sin cesar brota lo otro que nos mira,
falta olvidar para escucharlo. (1)
(1) Alejandro Vaca Bononato, Los nubios, artículo inédito, escrito en el 2001.
miércoles, 3 de agosto de 2011
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