sábado, 8 de mayo de 2010

Michel Maffesoli

MAFFESOLI EN EL PRESENTE POSMODERNO
Michel Maffesoli vive sólo el presente. "Creo que no existe una cosa llamada futuro", dice en esta charla ocurrida en un hotel boutique de Buenos Aires pleno de objetos envejecidos y futuristas que contradicen la identificación temporal de este profesor de sociología de la Sorbona. Vino a Buenos Aires a dictar un seminario en el Doctorado en Ciencias Sociales de la FLACSO, invitado por Fundación Osde y a presentar su último libro El Reencantamiento del mundo (Dedalus editores) en la Alianza Francesa de Buenos Aires. Viaja con frecuencia a Sudamérica y a Oriente donde detectó los "laboratorios de la posmodernidad" distinguibles por el culto a la creatividad. En los años ochenta Maffesoli teorizó sobre las tribus urbanas y desde entonces su apellido va enlazado a cuanto agrupamiento juvenil ocurra en cualquier lugar del mundo. Da lo mismo si se trata de Tokio, Nueva York, Barcelona o Buenos Aires, las conductas tribales se repiten y hallan ecos a un lado y otro del mundo. "Nuestras sociedades van a ser en cierto modo una especie de mosaico de esas tribus y cada uno va a participar en varias de ellas. En función de mi gusto sexual, musical o religioso, voy a estar hoy acá, mañana en otra tribu", define antes de volcarse a reflexionar sobre el contexto en que este fenómeno se desarrolla. Por eso, comienza esta entrevista bautizando y caracterizando la era en la que vivimos.

-En Europa la
intelligentsia política, periodística y universitaria continúa hablando de modernidad para describir el período en el que vivimos. Soy de los que creen que estamos en la posmodernidad dado que tenemos toda una serie de valores que ya no son los que imperaron durante la modernidad. Pero el problema es que siempre hay un desfasaje entre lo que se vive y lo que se piensa y lo que se nombra. Hay que tener en cuenta que el nombre mismo de modernidad apareció recién en 1848: fue Charles Baudelaire justamente quien lo utilizó para nombrar lo que estaba ocurriendo. Hasta entonces, solamente se hablaba de posmedievalismo: lo que venía después de la Edad Media. Y no es sino hasta la mitad del siglo XIX que va a empezar a hablarse de modernidad para nombrar lo que se vivía. Creo que estamos más o menos en la misma situación. Es falso hablar de modernidad. Lo único que tenemos es el término posmodernidad para decir lo que está en juego. Y recién más adelante –tal vez en 2050 o lo que fuere–, se podrá encontrar el término que caracterice lo que vivimos ahora. Quiere decir que posmodernidad es un término provisorio para decir que hemos superado la modernidad.

-¿Qué características encuentra en la posmodernidad que la diferencian de la modernidad?

-Hay tres grandes valores modernos: el trabajo –que se convierte en el imperativo esencial, aquello a través de lo cual hay una realización de cada individuo. Segundo, la razón como único elemento que caracteriza tanto al individuo como a la sociedad. Y tercero, el futuro: la fe en el porvenir. Tenemos ahí, los pivotes modernos que luego se encontrarán en la educación, en lo social, en la economía, como lo mostró Michel Foucault, en todas las instituciones que se elaboran en el siglo XIX. Este es el aspecto de la sociedad oficiosa, identificable en las generaciones jóvenes que ya no se reconocen en la sociedad oficial. Ahora bien, esa sociedad oficiosa, que yo llamo posmodernidad ya no gira en torno del trabajo sino de la creación: hacer de la propia vida una obra de arte, poner el acento en lo cualitativo de la existencia, la dimensión un poco hedonista. En segundo lugar, ya no la razón como simple vector por el cual uno se piensa a sí mismo y la sociedad también, sino la imaginación, lo imaginario y en tercer lugar, el presente dado que en términos de temporalidad ya no se vive más el futuro, el carpe diem, diría incluso: presente-ísmo. Eso es, dicho de una manera muy simple: lo que se abandona –trabajo razón futuro– que es oficial, en las instituciones oficiales. Y después, el gran elemento de la posmodernidad con su dimensión, una vez más, de creación, de imaginación, de presente, que sería un poco la napa freática de la sociedad actualmente.

-Una vez dijo que América Latina era el laboratorio de la posmodernidad, ¿por qué lo cree?

-Decía que Europa había sido el laboratorio de la modernidad porque justamente se había puesto el acento en esos valores que acabo de señalar. Lo que me impresiona de América Latina y de Extremo Oriente –Japón, Corea– es que ahí es donde la imaginación es importante, es ahí donde, en el fondo,
se da no sólo el trabajo sino la creación. No simplemente el futuro, sino el presente. Y también en América Latina es donde se están elaborando –mucho más que en Europa– estos nuevos valores. Por eso hablo del laboratorio de la posmodernidad. El problema es –lo veo en Brasil adonde voy a menudo– que los intelectuales están muy marcados por los esquemas europeos: demasiado marxistas, demasiado estructuralistas. Transplantan a la realidad latinoamericana realidades de pensamiento que habían sido elaborados en Europa o en América del Norte. Desgraciadamente la intelligentsia sigue determinada por los modelos estadounidenses y europeos.

-Entonces, ¿podemos pensar en el futuro? ¿Existe el futuro?

-Creo que no. Efectivamente, se puede caracterizar, comprender bien una civilización, una época, en función del elemento temporal en el que esa época pone el acento. Hay grandes épocas –la Edad Media, por ejemplo– donde lo que se llamaban las grandes sociedades tradicionales tomaban el pasado como elemento temporal. Hay otros grandes momentos culturales para los cuales lo importante es el futuro. La modernidad es eso, proyectar: los mañanas que cantan, la sociedad perfecta, el mito del progreso. El progresismo del siglo XIX es un buen ejemplo de esa proyección de la energía hacia el futuro. Y luego hay otras grandes civilizaciones para las cuales lo que importa es el presente. Aclaro que eso ha hecho una civilización como el Renacimiento, el Quattrocento en Italia, lo que se llama ese tiempo que fue el siglo III o IV de la era cristiana, lo que se conoce como la decadencia romana, de hecho, en ese período se elaboraban cantidades de cosas, pero lo importante era el presente. Y en mi opinión, entramos en otro de esos grandes lapsos de presente-ísmo. Es interesante ver volver esa idea hedonista, esa idea de carpe diem. O sea que, desde esta perspectiva, lo que está en gestación actualmente, la gran tendencia, está focalizada en el presente; la idea misma de futuro ya no moviliza las energías. Un ejemplo: veo en Europa, y en Francia en particular, respecto de la gente de mi generación, una desafección con respecto a lo político. Lo político no funciona más. Ni izquierda ni derecha. Yo digo "lo" político porque lo propio de lo político es proyectivo, está orientado hacia el futuro. Y estas jóvenes generaciones no adhieren, no se identifican más con los grandes valores futuristas. Se concentran en el presente.

-¿Y cuáles son las consecuencias para una sociedad cuando no piensa en el futuro?

-Justamente que no podemos imaginar que el futuro no sea el valor oficial, que no sea la temporalidad oficial porque toda nuestra concepción de la sociedad, de las instituciones se hizo en proyección hacia la búsqueda de la perfección futura. Hubo otros períodos históricos en los cuales la energía –lo digo de una manera un poco más sofisticada– no estaba tendida hacia afuera –extensiva– sino que tendía hacia adentro –intensiva. Es la intensidad del instante. Entonces ya no se busca la eternidad en el paraíso celestial, en el paraíso terrestre sino que se buscará la eternidad en el buen momento, la buena ocasión, la oportunidad –lo que vivo en el presente, comiendo, bebiendo, bailando– es el carpe diem. En esta joven generación me sorprende esa especie de intensidad del momento. No tiene ganas de hacer proyectos de vida, proyectos políticos, económicos –pero incluso proyectos de vida. Hay circunstancias en que la civilización se proyecta; hay otras ocasiones en que la civilización vira al presente. La temporalidad de la posmodernidad es el presente.

-Ha dicho que en Francia los jóvenes no adhieren a la izquierda ni a la derecha, ¿tampoco simpatizan con otras expresiones políticas? ¿Son apolíticos?

-En primer lugar, hay que señalar que la separación izquierda derecha ya no es muy pertinente. En los sesenta se podía reconocer de inmediato cuando alguien hablaba si era de izquierda o de derecha. Ahora, en las mismas personas, hay un poco de izquierda, de derecha, de ecología. En segundo lugar, lo político está saturado en las generaciones nuevas. Ya no existe ese compromiso político para la realización de una sociedad futura –sea revolucionaria, conservadora o reformista. Todavía hay jóvenes que entran en los partidos políticos, pero es una minoría pequeña. Eso no quiere decir que no haya regularmente formas de rebeldía, de rebelión, pero son explosiones espontáneas que van a surgir en un momento dado sin que se inscriban en un programa. Son más bien explosiones de humor: antiglobalistas, ecologistas, contra la cumbre del G-20, contra la cumbre del G-8. A veces muy violentas, brutales, sangrientas, pero que no se inscriben en una perspectiva política. Hay rebelión, hay revuelta, pero no es programada ni programática.

-Como las revueltas en la periferia de París...

-Por ejemplo. Hasta los partidos políticos les tienen miedo a esas rebeliones. Aun los de izquierda. Incluso hay obreros –no jóvenes– que para defender el trabajo en una fábrica emprenden acciones muy violentas: amenazan con hacer volar la planta o cosas por el estilo. La lógica sindical es huelga, negociación, pero estas expresiones señaladas son muy fuertes y violentas.

revista Ñ (via Jorge Mele)

1 comentario:

Ivette Durán Calderón dijo...

Un artículo muy interesante, aveces nuestra memoria es frágil y valen estos recordatorios.
Salud