miércoles, 23 de julio de 2014

ENTREGA FINAL: PUr
































































En la reciente ENTREGA FINAL del taller, los estudiantes de PROYECTO URBANO (PUr), tuvieron un desafío especial, antes de formalizar su intervención en el área estudio comprendida entre Barracas y Avellenada, con las dos orillas del Riachuelo, redactar un MANIFIESTO que fundamentara los principios de cada intervención.
Para ello se dedicaron a leer e investigar algunos MANIFIESTOS NOTABLES de las vanguardias del siglo XX y desde allí y luego de una exposición oral y colectiva de cada trabajo, llegó el turno de redactar el propio.
Van aquí algunas estupendas imágenes del trabajo realizado y el MANIFIESTO de uno de los trabajos seleccionados:
Una excusa para confrontar verbalmente a Robert Venturi con Adolf Loos por Magdalena Tagliabue:

Las cosas se pueden manifestar por lo que son, por lo que pueden llegar a ser o por lo que fueron. Pueden ser manifestadas a través del cuerpo mismo de su esencia de estar ahí, o pueden quedar de manifiesto a través de otras complejizaciones que las dejen expuestas. Es decir, que todo lo que esté o no esté, lo que es o lo que vaya a ser, está condicionado por el modo en que otros postulados lo han codificado e identificado. Lo que aquí definimos como cosas, no es más que un modo favorable para nosotros, porque deja el enorme canasto de posibilidades expuesto a ser infinitamente plural e indefinidamente acabado. Todo tiene la posibilidad de ser una cosa, entonces todo puede ser definido, más bien manifestado.
La diferencia entre ser y ser a través de lo que otro identifica el ser de esa cosa, es el propio manifiesto. Porque aunque hayan sido o vayan a ser, indiscutiblemente terminarán de ser algo, en el momento en que hayan sido descriptas por la teoría de su función y su razón de ser. Con esto, no terminarán nunca de tener sentido las existencias hasta el momento en que hayan sido puestas de manifiesto.
Por eso manifestamos aquí el enclave entre la convivencia de una cosa y de la otra, de la diferencia. Porque ésta misma no está evidenciada, no es cualidad descriptible, sino es una vinculación directa con su antónimo sólo porque el otro existe. Las diferencias no pueden ser sin el otro, y tampoco son definibles sino a través de la manifestación de un postulado que haga hincapié en esa diferencia, la controversia queda explícita con un escrito. Este escrito es la formulación de un sentido, es la evidencia de que sólo a través de la diferencia existe la cosa, y que sólo en su disputa por oponerse a lo otro, termina de existir.
La dificultad ahora radica en la cualificación de tales discrepancias, pero sobre todo en el orden en que deben ser descritas para que su lectura avance hacia la complejización y no retroceda en la simplificación de que, a pesar de tener diferencias, las cosas pueden ser sólo de una forma y no de la otra. Sólo tener lo que la diferencia de su par, pero no compartir el todo en ellas mismas, una parte de sí y una parte del contrario.
Hacia esa no simplificación estamos avanzando con este razonamiento. Hemos detectado que las cosas han sido siempre puestas en oposición (además de apartadas y no vinculadas con lo otro) en favor de aplastar un pasado y mirar a un futuro con la pretensión del olvido. Como si a través del contrario, sólo sea posible el avance y la renovación y no a través de la potencialidad que hay en esas diferencias, se encuentre el camino hacia la pluralidad.
Abogamos por el equilibrio, claro, el sentido propio de unidad, también. Pero sólo podemos argumentar que esa es la virtud, cuando sea lograda a través de la diferencia, de la monumentalidad de lo opuesto.
Realmente, no hay que permitirse formular nada de todo esto, siquiera atreverse a hablar en estos términos, sin tener en cuenta que todo esto ya ha sido, por lo menos, planteado. Y en la revisión de un pasado, en la posibilidad de selección de ítems determinados de algo anterior, nos paramos para digerir la teoría y construir una nueva. La digestión la hemos logrado a través de la disección, en la partición de los textos de Adolf Loos y de Robert Venruti, construimos un telar de manipulaciones teóricas que giran en torno a fortalecer todos los pensamientos que vayan hacia el comprometerse con la detección de lo ambiguo en lo todo lo urbano.
Y nos atrevemos a adueñarnos de tales disecciones en pos de construir la unidad teórica, y a sabiendas de que el riesgo no puede ser más que fructífero en términos de búsqueda.
Es ahora fundamental, ordenar los principios con lo que se trabaja y encausar el diálogo en función de abordar la problemática urbana desde la historia hacia la detección de todos los signos ambivalentes del presente, pero también del potencial posible (del futuro que abordamos si hablamos de formulaciones de lo existente y de lo que vendrá).
Nos guiamos por una toma de conciencia del pasado racionalmente considerado como precedente. “Yo quizá vivo en 1908, mi vecino, sin embargo, hacia 1900; y el de más allá en 1880. Es una desgracia para un Estado el que la cultura de sus habitantes abarque un período tan amplio” (Adolf Loos, en su Manifiesto El ornamento es delito), pero es una hermosa pluralidad evidente para nosotros como habitantes. Es una ventaja que como habitantes tengamos la capacidad de identificar con tanta precisión las cualidades de cada uno, las propias y las del conjunto. Pero esas cualidades no son necesariamente una cualidad transmisible, una sensación de tradición. Si la única forma de tradición, de transmisión del pasado, consiste en seguir los caminos de la generación precedente con una adhesión tímida o ciega a sus éxitos, la tradición no se debería ciertamente apoyar…la tradición tiene un significado mucho más amplio. Lo que el género humano había creado miles de años atrás sin ornamentos fue despreciado y se destruyó. No fue adquirido como un sentido de trascendencia y mucho menos la ornamentación ha sido apropiada como tradición. Avergonzándose de su actual impotencia, cada época tiene su estilo y en cada época, en cada lugar donde sucede una época hay al mismo tiempo muchos estilos, los de 1800, el de 1900, y los que vendrán… “la tradición no puede heredarse, pero tampoco puede adquirirse, está latente en la cantidad de elementos que poseen los estilos anteriores y en los esfuerzos que hagamos en encontrar los nuevos” (op. Cit Adolf Loos). La tradición duplicará el sentido histórico, y este sentido obliga a todos los hombres a escribir sobre sí mismos: a manifestarse, a definir mediante la diferencia su esencia.
Hemos de inclinarnos hacia ciertas épocas, totalmente compuestas de significado, y no es que debamos volver hacia ellas, sino entender que en la cuestión de la evolución hay una reanudación hacia el ornamento. Una reinterpretación que está implícita en estilos como el Barroco, el Manierismo y el Rococó espacialmente. Porque donde hay una cornisa, hay un umbral, donde hay un nicho hay una ventana, donde vemos pilastras hay camino hacia arquearnos. Es en la intervención de la Estación Barracas donde vimos un umbral entre lo abierto y lo cerrado, en la posibilidad de trabajar el no lugar, aquello ciertamente indefinido, incualificado por el común denominador, en la conexión de dos situaciones diferentes, y ahí, justo ahí aplicamos la inyección de potencialidad, en la articulación de dos lugares desconectados por su diferencia. Siempre existe una auténtica necesidad de rexaminar las obras del pasado, que no deben ser obras maestras, son eventualmente del pasado por haber sido construidas previamente a nuestra existencia, y son por eso re-examinables, porque abarcan en sus condiciones de antigüedad la remanencia de significados que pudimos revalorizar por ponerlos enfrentados a lo que pertenece a otro tiempo. Es el diálogo entre la estación como eje y las simetrías que se lo adosan constitutivamente al tejido hacia ambos lados.
Si todos los objetos pudieran durar tanto desde el ángulo estético como el físico, ciertamente variarían los cambios de sensibilidad que producen a quienes los aprecian.
Ahora, establecida la capacidad del lector de reconocer que lo aquí planteado es la importancia de la diferencia y la complejidad, es de vital valor ponernos de acuerdo con el lenguaje a utilizar, porque puede entenderse al ornamento como lo barroco, al ornamento como el adorno, como lo agregado a lo que ya es, como una manipulación visual aditiva de elementos a las cosas que ya son como tales. Y es en esta simplificación o desentendimiento de la palabra, donde realmente puede efectuarse el gran equívoco. No hay postulaciones en contra del ornamentado, hay manifiestos en contra de lo adornado, pero la esencia de las cosas es compleja, es rebuscada es multiformal e íntimamente ligada a una serie de complejidades de sentidos; eso sí es ornamentado y por supuesto que la multiplicidad de sentidos no es un delito, es una gran virtud donde van a coexistir las diferencias y la capacidad de un sitio de producir nuevas nociones.
Alguien que viva en nuestro nivel cultural no puede producir ningún ornamento, porque la ornamentación es el fruto de la superposición es la cantidad de información existente en los elementos coexistentes y en lo que adosemos. No seremos capaces de producir un dispositivo ornamentado (lleno de sentido), sólo seremos capaces de descubrir muchas diferencias en la preexistencias y las vamos a potenciar a través de la intromisión arquitectónica de una parte (como será una edificio que ya existe y “funciona” en otro sitio) y es ahí donde veremos la unidad compleja, pero por sobre todo: ornamentada, es decir, llena de cosas y significados, con un sentido de existencia simultánea y componiendo
un orden simultáneo. Lo que constituye la grandeza de nuestra época es que es incapaz de realizar un ornamento nuevo. Este sentido histórico, es un sentido tanto de lo no temporal como de lo temporal, es lo que hace un escritor tradicional, y al mismo tiempo, de su propia contemporaneidad.
Verdaderamente los objetos ornamentados producen un efecto antiestético, “verdaderamente es una característica del siglo XX que los arquitectos sean muy selectivos al determinar qué problemas quieren resolver” (Robert Venturi en Complejidad y Contradicción en la Arquitectura). Me refiero que al focalizarse en resolver un solo problema ya no estamos en condiciones de saber si hemos resuelto sólo ese problema, o si realmente estamos abriendo el abanico de generaciones y generaciones de nuevos problemas, generaciones que irán detrás de nuevos problemas, convivirán con ellos, son la expresión de la nueva época. Qué feliz es América, donde cada operación germinará la vitalidad confusa frente a la unidad transparente, aceptará la falta de lógica y proclamará la dualidad.
La arquitectura que pareciera válida, o únicamente posible no es más que la que evoca muchos niveles de significados y se centra en muchos puntos: su espacio y sus elementos se leen y funcionan de varias maneras a la vez. La ejemplificación de la operatoria realizada en Barracas y su Riachuelo no puede ser más oportuna, porque ha ido en busca del trabajo en dos niveles principalmente, por un lado: nivel calle + nivel vías, por otro lado: nivel costa + nivel agua; sin embargo ha descubierto en su operatoria y en la decisiones tomadas a partir del reconocimiento de las preexistencias y de la sumatoria de referencias a arquitecturas de otros lados, que el resultado estaba aportando valores en más de dos niveles, en casi tres, en casi cuatro, en casi cinco… quién diga más… las yuxtaposiciones aportan nuevos significados. Y la escala en la que se abordan los problemas también es significativa para entender las respuestas que darán las aplicaciones de pequeñas notaciones. No es que deba albergarse en la complejidad de un mapa de escala de ciudad toda la significación de lo aquí planteado, pero en la aportación de una pequeña mirada a un sector específico urbano se reescalan las magnitudes de los problemas.
La dimensión y escala creciente de la arquitectura en los planteamientos urbanos y regionales aumenta las dificultades, no por tamaño, sino por complejidad. Definitivamente en la ciudad se detectan todos los problemas contractuales de la actualidad arquitectónica, todas las diferencias están puestas en juego, todas las dificultades coexisten, las realidades son una sola. El equilibrio es ciudad, porque está basada en lo opuesto, porque en su cuerpo deforme lo soporta.
Históricamente, la innovación de la técnica ha encauzado hacia la evitación de la ambigüedad, con pocas excepciones los modernos han de aportar hacia lo intrincado. Sin embargo, su existencia diferente, es definitivamente un aporte a lo complejo, a la re identificación, un proceso de multiplicidad cultural. Más períodos hubo, más estilos hubo, más atentos al futuro estemos. Que lo nuevo sólo es diferente, y en ello debemos efectuar la crítica compleja hacia la vinculación con lo que ya hemos digerido. Descubramos que en cada nueva época surgirá una serie de superposiciones que harán ver una nueva unidad. El hombre del SXV no me entendería, pero sí podrían hacerlo todos los hombres, incluso los modernos, porque en su afán por destruir lo dado, y aportar lo novedoso, no han hecho más que descubrir un sinfín de nuevas posibilidades de reconquistar espacios. Y en su imposibilidad de ser solamente ellos, nos han presentado el campo de actuación donde debemos detectar sus construcciones en convivencia con las anteriores, y las que vendrán. Las yuxtaposiciones de elementos de mala reputación que parecen caóticos expresan un tipo intrigante de
vitalidad y validez y también logran una aproximación inesperada a la unidad. Cuidado, los razonamientos en favor de la simplificación todavía son normales.
La unidad evidente y fácil no deriva del nexo dominante o del orden regulador de las composiciones más simples y menos contradictorias, sino que deriva de un orden complejo e ilusorio propio del difícil conjunto.
Predicamos para aquel hombre que se halla en la cima de la humanidad y que, sin embargo, comprende profundamente los riesgos exigencias del inferior, porque ese hombre está en dos tiempos, en dos niveles y en búsqueda incesante. Todos los hombres que evocan sus deseos están en búsqueda y son los que posiblemente se plantean los problemas y su relación con el mundo, son los hombre arquitectos ellos, porque poner el ojo en el problema es hacer arquitectura, y vivir en la puja entre dos mundos, o tres, o los que sea… es estar en el eterno dilema de la existencia, donde las multiplicidades aparecen, donde las posibilidades son muchas, donde podemos ponernos en relación a otros niveles, propios o ajenos, que determinan la existencia de nuestro ser. En la tensión y equilibrio entre lo que una cosa quiere ser, lo que uno quiere ser, y lo que uno quiere que la cosa sea, está implícito lo contrario y efectivamente se encuentran muchas de las decisiones de los arquitectos. Evitemos sutilezas y refinamientos. Corramos hacia ornamentaciones que refuercen el espíritu: corramos hacia lo complejo.
Si no se puede determinar qué se va a resolver pues por lo menos tengamos en claro que la sola manipulación de lo existente irá en favor de la riqueza de significados, funcionará implícita y explícitamente. Los elementos híbridos se fortalecerán por sobre los puros, se comprometerán por sobre los limpios, se distorsionarán en vez de rectificarse, serán ambiguos más que articulados, tendrán más interés en ellos los tergiversados por no ser aburridos ni impersonales, serán integradores y no excluyentes quienes busquen irregularidad y equivocación en vez de claridad y dirección.
Y así quizá, podamos perfilar el paisaje cotidiano, vulgar y menospreciado, el orden complejo y contradictorio que sea válido y vital para nuestra arquitectura considerada como conjunto urbanístico, donde un sistema es la combinación igual de fragmentos inflexionados que acepta la dualidad.
Se ha enunciado la siguiente idea: la forma de un objeto debe ser tolerable al tiempo que dure físicamente, pero ¿qué ligero cambio en el contexto los hará totalmente fijos y perfectos? Quizá más contenidos, ¡siempre la acumulación!, siempre hacia la evolución de multiplicidades, hacia la convivencia de diferentes.

1 comentario:

tehuarq dijo...

Para leerse despacio y con un buen café al frente. Al final el objeto se pierde/forma en la conciencia del espectador y no existe entonces por sí mismo... más o menos de ahí parte todo.